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CUANDO EL BALDE HACE RUIDO

Una calurosa tarde de enero, sentada al fresco de la pérgola de glicinas, Alicia intentaba recordar en qué momento sentían que estaba en Barra de Valizas, en aquellos días en que su vida transcurría entre la adolescencia y la adultez.

 

Esa tarde asaltaban su mente andanadas de imágenes desordenadas por el tiempo. Eran como el vuelo zigzagueante de un colibrí. Poco a poco, las fue ordenando al igual que un puzzle de miles de piezas, sistematizándolas en forma exacta. 

 

Alicia era una mujer madura, capaz de percibir sutiles emociones, conocer las reacciones de sus queridos amigos y anticipar sus pensamientos. Ella era sensible ante la naturaleza y recordaba que la belleza del lugar era esa mezcla de playa y campo, de balneario y pueblo. El contacto con el mar la transportaba a lugares inimaginables en su mente. Barra de Valizas era esa mágica conjunción.

Determinar en su memoria cuándo llegaba y se sentía en Barra de Valizas no era fácil. Allá, a la altura de 1960, llegar a la costa de Rocha era una travesía de largo aliento, más aún a aquellos lugares que, otrora, no tenían atractivos turísticos explotados por el hombre.

Tenían que tomarse el ómnibus de la ONDA (Organización Nacional de Autobuses), en plaza Libertad a las 0:30, destino Chuy, pasando por Pan de Azúcar, San Carlos y bajaban en el pueblo de Castillos.

Era toda una odisea, llegaban a eso de 6:30. Tenían que apurarse a bajar porque debían tomar el camión de Gastambide, único vehículo, en ese entonces, que hacía el traslado desde Castillos hasta Valizas y salía puntualmente a las 7:00 y para ello recorrían una cuadra con mochilas y pertrechos.

onda

Por un instante, cierren los ojos e imaginen una mañana de primavera con sus olores y colores, el campo mojado por el rocío al amanecer y ellos en un camión que transportaba pedidos de almacén, verduras, animales y humanos, todo mezclado, congelado en el tiempo. Ese era el transporte que unía Barra de Valizas con Castillos.

Juan
Andres
Gabi

Solían viajar juntos, Alicia, Juan, Andrés y Gabriela, cuatro amigos inseparables, pero con características personales diferentes.

Juan, estudiante de veterinaria, era el más volado, sus proyectos eran tan megalomaníacos que inmovilizaban a todos al conocerlos, de expresión grandilocuente, voz áspera a pesar de su juventud, flaco y alto, de aspecto bonachón. Decía a todo que sí, dejando sus proyectos originales en un cajón, porque ni él mismo creía que fueran viables.

 

Secretos del Baúl 

Andrés, una mezcla de ser racional y pasional, llevaba un niño adentro que lo dejaba salir con frecuencia para disfrute de todos. Junto con Alicia, eran el cable a tierra de los cuatro. Ponía todo su empeño en las tareas que se le encomendaran y no descansaba hasta lograrlo.

Secretos del Baúl

Gabriela era inocente y cálida, amaba a la naturaleza tanto como a Andrés. Andaban juntos compartiendo la vida a sus veinticinco años. Sus ojos claros eran ventanas al corazón que permitían ver dentro de ella su total sinceridad. Tímida, con un humor ácido, hablaba poco, pero era precisa en sus observaciones.

Discutir sobre los hechos cotidianos de la vida y otros temas era casi un deporte. Las charlas eran variadas, sobre la sociedad, política, el amor, la felicidad, la sexualidad y la infidelidad. Pero existía un tema que les apasionaba a los cuatro: poder definir ¿cuándo sentían que estaban en Barra de Valizas? ¿Cuándo se sentían parte de ese lugar?

Qué alegría cuando divisaban el cerro de la Buena Vista y entraban en el camino de ripia, muy polvoriento, camino que los llevaba a Valizas. Luego, llegaban al pueblo a buscar un lugar donde acampar y, ya más avanzados en el tiempo, se fueron apropiando de terrenos fiscales.

Secretos del Baúl

Alicia seguía con ese sentimiento de no poder establecer con exactitud el preciso momento en que sentían que estaban en Valizas. Ese momento sublime en que se podía identificar con el lugar, que eran parte de él, ese instante en que era empapada por el arroyo y protegida por las dunas.

Secretos del Baúl

Recordaba hoy, como era aquel momento, con sus amigos en ronda de mate y caipiriña entre truco y truco discutían hasta avanzada la noche sobre el tema. Esas noches inolvidables de luna nueva, que solo les permitía ver las estrellas, eran testigos de un sinfín de teorías y argumentos.

Alicia
camion
Ronda

Algunos sostenían que el llegar a Valizas se sentía cuando veían el Cerro de la Buena Vista, esa hipótesis era fácilmente destruida, dado que justificaba que el simple pasar por la entrada a Valizas a la altura de Ruta 10 sin parar, alcanzaría para establecer que estaban en Valizas, lo cual no es real. Otros planteaban que estaban en Valizas cuando bajaban del camión, pero sus detractores sostenían que pisar Valizas no era sentirse en Valizas.

Discutían noche tras noche mientras permanecían acampados o ya en sus terrenos.

Reconstruir mentalmente el proceso que los llevó a establecer su rancho era un ejercicio de sensaciones dulces y conmovedoras. Se sentía en armonía, un toque mágico con suavidad, ola de mar acariciando la vida.

 

Cuando obtenían el terreno, lo primero que se hacía era la cachimba, diría que era una obligación casi mística, porque el que no hacia primero su cachimba era mirado casi con desprecio.

La cachimba era el símbolo de Valizas, se construían muy facilmente y proporcionaban el agua dulce. 

Cachimba

Tal era la importancia de la cachimba que se construían por todos lados como mojón de una nueva colonización; había que andar con cuidado entre los pastizales, porque había mucho terreno apropiado solo con cachimba hecha y, distraído, en las de brocal bajo podías caer dentro.

 

Si mirabas a lo lejos veías un trigal de cachimbas esperando a sus dueños, a ellas no les transcurría el tiempo. Eran testigos de la historia del lugar. Algunas cachimbas las decoraban con caracoles, estrellas de mar u otros objetos, a otras las pintaban y otras quedaban desnudas, así nomás como eran.

 

Un día, Alicia decidió convocar a sus amigos, a encontrarse en Barra de Valizas en el rancho común que tenían entre los cuatro y ahí reunidos le planto de sopetón:

—¿Ustedes recuerdan, nuestra gran discusión?

Ni uno dudó y, al unísono, respondieron a coro y sonriendo:

— ¡Sí! ¡Cuándo sentíamos que estábamos en Barra de Valizas!

Alicia respondió:

—Debo confesarles, cuando todos estaban recordando cómo eran las cachimbas, su significado y función, fue que me llego un mensaje a la mente, nunca supe de dónde vino, pero pude darme cuenta de que solo cuando sonaba el balde contra el agua al tirarlo dentro de la cachimba, solo a partir de ese momento, estábamos en Barra de Valizas. Era como saludar con una reverencia el lugar. Era el alumbramiento. La misma sensación que me causaba el balde penetrando el agua, con un chasquido al caer, la tenía al golpear mi corazón, con fuerza al latir, en el momento que me sentía ahí-.

El balde cae

Secretos del Baúl 

Esa hipótesis tuvo consenso, ¡era el ruido del balde al caer en la cachimba lo que le daba esa pertenencia al lugar! Si bien la aceptaron, le reclamaron el silencio de tantos años habiendo resuelto la cuestión.

Alicia tenía la respuesta, pero nunca imaginó que, poco a poco, las cachimbas desaparecerían, que las bombas de agua iban a ir sustituyéndolas y con ello apareció nuevamente la pregunta: ¿qué nos hace sentir que estamos en Barra de Valizas?

Y a ti, estimado lector, ¿qué te hace sentir que estas en tu lugar preferido? 

 

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Lugar
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